Hemos creado una civilización basada en la ciencia y la tecnología, pero hemos organizado las cosas de modo que nadie entiende nada de ciencia ni tecnología
Carl Sagan

La paradoja de la era digital

En la era de la inteligencia artificial, vivimos rodeados de pantallas, datos y algoritmos que nos hacen sentir invulnerables. Todo parece estar al alcance de un clic: compramos, pagamos, nos informamos y nos movemos con la ilusión de tener el control de nuestro entorno. Sin embargo, basta un apagón (en este caso un gran apagón) para que esa seguridad se desvanezca y lo esencial deje de ser digital.

El 28 de abril, la tecnología que nos conecta y nos simplifica la vida nos recordó su lado más frágil. De repente, lo más valioso no era la nube, sino una linterna; no el móvil, sino la radio o el dinero en efectivo. Descubrimos, con cierta incomodidad, que cuanto más dependemos de la tecnología, más vulnerables somos cuando falla y no tenemos un plan B.

1) El valor de lo analógico

En el silencio de la desconexión, volvió lo básico: linternas, pilas, radios, velas, camping gas… Lo ocurrido el 28 de abril nos recordó que, por más lejos que creamos estar de lo analógico, este sigue teniendo su valor. No es una pieza del pasado, sino un recurso imprescindible en cualquier plan B. Tal vez, ha llegado el momento de dejar de pensar en eliminar todo lo analógico y asumir su protagonismo en la continuidad de lo esencial. 

Porque no se trata de nostalgia, sino de sentido común, lo analógico cumple un rol insustituible cuando lo digital falla y de alguna forma también nos ayuda a recuperar una cierta autonomía que habíamos dado por perdida.

 

2) El desequilibrio entre lo que pagamos y lo que recibimos

Pagamos impuestos, servicios y tasas como si viviéramos en un sistema infalible. Pero el apagón dejó al descubierto una verdad incómoda: lo que se nos promete como servicios garantizados, a cambio de nuestro esfuerzo económico, a menudo no lo son. Y no solo por el fallo técnico, sino por la falta de información, previsión y explicaciones. ¿Dónde está la responsabilidad pública ante una interrupción de este calibre? ¿Quién responde cuando las cosas fallan? La desconexión ha evidenciado un cierto malestar acumulado entre los ciudadanos: pagamos mucho, pero recibimos poco en términos de integridad, fiabilidad, comunicación y transparencia.

 

3) La autenticidad y la confianza se ponen a prueba en las crisis

Cuando todo funciona, la confianza fluye en silencio. No nos detenemos a pensar en cómo ni por qué los sistemas responden; simplemente damos por hecho que lo harán. Pero en momentos de crisis, esa confianza sale a la superficie y revela su verdadera fortaleza… o su fragilidad.

El apagón del 28 de abril no solo interrumpió infraestructuras: también quebró la confianza. La falta de explicaciones, la ausencia de planes visibles y el silencio institucional generaron más desconcierto que la propia caída técnica. Porque no solo confiamos en la tecnología: confiamos, sobre todo, en quienes la gestionan.

Y ahí entra la autenticidad. La transparencia, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, es clave para sostener la confianza en tiempos difíciles. La tecnología puede fallar —y fallará—, pero lo que no puede fallar es la forma en que respondemos. Porque la confianza, una vez dañada, no se reinicia con un botón.

 

4) Somos dependientes y vulnerables

La rutina del día a día oculta muchas veces hasta qué punto nuestra vida está condicionada por lo digital. Cada pequeño gesto —pagar, desplazarse, comunicarse, informarse— está mediado por una red tecnológica que damos por sentada. El apagón del 28 de abril rompió esa ilusión de continuidad y nos mostró lo expuestos que estamos cuando esa red falla.

No se trata de renegar de lo digital, sino de asumir con madurez su fragilidad. Hemos delegado demasiado, sin planes alternativos, sin autonomía real, ni como ciudadanos ni como instituciones. El apagón nos mostró que, si no reforzamos lo esencial, si no diseñamos desde la resiliencia, cualquier innovación queda en entredicho.

 

5) La crisis saca lo mejor de nosotros

El apagón del 28 de abril desconectó sistemas, pero activó la solidaridad. Como en crisis anteriores, los ciudadanos reaccionamos antes que las instituciones. En medio del caos, surgieron gestos espontáneos que devolvieron algo de luz —esta vez, humana— a la oscuridad:  escuelas en las que los alumnos fregaron los platos y los profesores hicieron de taxistas para llevar a las familias a sus casas, voluntarios regulando el tráfico, compañeros y amigos que ofrecieron sus casas a personas que no podían ir a la suya o bares que regalaron café. A falta de red digital, emergió una red humana más cálida, resiliente y efectiva. Tal vez, cuando todo se detiene, recordamos lo esencial: que seguimos sabiendo cuidarnos unos a otros y que ningún algoritmo puede sustituir la empatía y la cooperación cuando la solidaridad hacen falta.

 

6) El silencio digital como señal

Sin notificaciones, sin correos, … hubo quien redescubrió la calma, la conversación, el presente. En muchas casas, parejas y familias conversaron más que lo habían hecho en los últimos meses. Personas que normalmente comparten techo, pero no tiempo, compartieron pensamientos, miradas, silencios sin pantallas de por medio.

El apagón actuó como un botón de pausa involuntario, pero necesario. Nos recordó que también podemos habitar el tiempo sin urgencia, sin interrupciones constantes. Tal vez, no necesitamos un apagón para desconectar: solo la valentía de apagar por decisión propia. Recuperar el silencio y la palabra puede ser una forma de resistencia suave, pero profunda, en un mundo que no deja de gritar.

 

7) ¿Aprenderemos algo?

Esa es la gran pregunta. Porque si el apagón no nos impulsa a exigir una gestión más eficiente y transparente, a revisar nuestra relación con la tecnología, a reforzar infraestructuras críticas y a recuperar los vínculos humanos, entonces, será solo otro susto pasajero.

Lo ocurrido el 28 de abril nos recordó que, por más lejos que creamos estar de lo analógico, este sigue teniendo su valor. No como una pieza del pasado, sino como un recurso imprescindible en los planes B y en cualquier estrategia de contingencia. Tal vez ha llegado el momento de dejar de pensar en eliminar lo analógico y entender su protagonismo en la continuidad de lo esencial. Porque no se trata de nostalgia, sino de sentido común: lo analógico cumple un rol insustituible cuando lo digital falla. 

Por qué el verdadero progreso no consiste en confiar ciegamente en lo último, sino en saber qué hacer cuando lo último falla.

¿Qué te parecen estas reflexiones? Te invito a completarlas, discutirlas o compartir tu propia experiencia. 

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4 comentarios de “Tan lejos, tan cerca: Siete reflexiones sobre el apagón

  1. Jose Felix Ainsa dice:

    Adolfo, tu última pregunta es clave ¿aprenderemos algo?. No hace mucho, pasamos por algo mucho más grave que el apagón. Pasamos por una pandemia que duró meses. ¿Y hemos aprendido algo? Yo creo que si, pero también estoy seguro que hemos olvidado demasiado pronto muchas de esas cosas que aprendimos. Así, que permíteme que sea escéptico en que sepamos sacar todo lo positivo de la última experiencia. Y ya sabes que yo no soy fatalista, sino un optimista recalcitrante.

  2. Manuel López dice:

    Estupendo artículo Adolfo. Esto es como si por el hecho de tener calculadoras o potentes ordenadores dejásemos de saber dividir, multiplicar, o las reglas ortográficas. Exactamente lo mismo. La base en la que se sustenta la digitalización es el conocimiento acumulado del ser humano. Por eso, no puedo estar más de acuerdo contigo. Guardemos con celo, como un tesoro lo analógico, el conocimiento tradicional, el papel escrito, etc….. No podemos olvidar de dónde venimos por si tenemos que volver.

    • Adolfo Ramírez Morales dice:

      Manuel, como muy bien dices la base en la que se sustenta la digitalización es el conocimiento, y si lo perdemos ….. Otra reflexión ¿y si las nuevas generaciones no tienen la oportunidad de adquirirlo?

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