No es que falte inteligencia, es que sobra resignación
Pino Aprile

En su provocador ensayo Nuevo elogio del imbécil, el periodista y filósofo italiano Pino Aprile lanza una advertencia contundente: el imbécil ya no es un personaje anecdótico o marginal; es protagonista de nuestro tiempo. Y no lo es por su falta de inteligencia, sino por algo más inquietante: su renuncia voluntaria a pensar, a dudar, a ser libre.

La tesis de Aprile no es un insulto, es un análisis social. Su «imbécil» es esa figura cada vez más presente que repite consignas sin cuestionarlas, que acepta el ruido como verdad, que prefiere el confort de la obediencia a la incomodidad del pensamiento crítico. Es quien prefiere encajar antes que ser, quien elige aparentar antes que confrontar la realidad.

Y aquí es donde aparece la palabra que importa: autenticidad.

Porque si hay algo que define al imbécil moderno, es que ha dejado de ser auténtico. Y si hay algo que necesitamos con urgencia en medio del espectáculo, el populismo y la confusión digital, es precisamente lo contrario: personas auténticas, organizaciones auténticas, liderazgos auténticos.

 

El imbécil no piensa, el auténtico no finge

Pino Aprile lo deja claro: la imbecilidad no es una discapacidad intelectual, sino una forma de traición. Traición a uno mismo. Se puede ser brillante y actuar como un imbécil si se deja de pensar, de preguntar, de discernir.

Ser auténtico, en cambio, implica una conexión profunda entre lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace. Es una coherencia incómoda, porque exige hacerse preguntas, reconocer contradicciones, revisar creencias y, a veces, ir a contracorriente. Pero es también una forma de lucidez, de integridad, de libertad.

El imbécil no se equivoca porque no se expone: repite, sigue, obedece.

El auténtico se arriesga a ser impopular, a equivocarse, a quedarse solo. Pero es fiel a su norte.

Como decía Woody Allen: “La ventaja de ser inteligente es que se puede fingir ser imbécil, mientras que al revés es imposible”.

Una sociedad que premia lo superficial y castiga lo auténtico 

Vivimos en una cultura de la inmediatez, el like y la validación externa. Las redes sociales no solo amplifican el ruido; lo premian. Se viraliza lo que impacta, no lo que aporta. Se aplaude lo que entretiene, no lo que incomoda. Y así, poco a poco, la imbecilidad se vuelve rentable y la autenticidad, sospechosa.

En este contexto, el imbécil se convierte en un producto perfecto: no cuestiona, no exige, no piensa. Solo consume y reacciona. Es ideal para una maquinaria que necesita obediencia, no conciencia.

La pregunta es incómoda, pero necesaria:

 

¿Estamos formando ciudadanos libres o consumidores obedientes? ¿Líderes auténticos o repetidores carismáticos?

La autenticidad como resistencia

Ante este panorama, la autenticidad no es una moda, es una forma de resistencia. Ser auténtico es pensar por uno mismo, aun cuando la mayoría aplaude otra cosa. Es decir, lo que se cree, no lo que se espera que digas. Es vivir con valores, aunque eso implique perder popularidad.

Como dice Aprile, «el imbécil gobierna porque otros dejaron de pensar».

Y yo añadiría: el auténtico inspira porque se atrevió a ser coherente en un mundo que premia lo contrario.

 

El coste de la imbecilidad es colectiva

La imbecilidad no es solo un problema personal, es un riesgo social. Cuando la gente deja de pensar, de dudar y de exigir verdad, los sistemas se corrompen. El populismo se impone. La mentira se normaliza. Y el cinismo se vuelve sentido común.

La autenticidad, en cambio, tiene un efecto dominó. Una persona auténtica puede incomodar, pero también inspira. Puede no ser perfecta, pero al menos es real. Y en un mundo saturado de ruido, eso es una rareza poderosa.

 

¿Qué elegimos? 

¿La comodidad de la imbecilidad o el coraje de la autenticidad?

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Un comentario de “Autenticidad o imbecilidad: no es un juego, es una elección

  1. jesus dice:

    Gracias Adolfo, siempre se ha dicho que en relación con la palabra hay 4 habilidades leer, escribir, escuchar y hablar, en el colegio nos enseñan a leer y a escribir pero los gerentes y directivos deben asimilar su condición de escuchadores activos y los equipos deben desarrollar también habilidades de comunicación. La capacidad de desarrollar ambas habilidades con el tiempo y según «sople» el momento, se traducen en imbecilidad o autenticidad, tan sólo recordar que los imbéciles en Grecia eran los que no tenían la condición de ciudadanos y por tanto no tenían capacidad de decisión, todavía en la empresa hay personas con esta condición.

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