“No es lo que no sabes lo que te mete en problemas. Es lo que sabes con certeza que simplemente no es así”
Mark Twain
Vivimos rodeados de creencias, algunas nos impulsan, otras nos atan sin que lo notemos. Muchas nacieron en un contexto que ya no existe. Funcionaron, sí… pero dejaron de ser útiles. La inercia hace que sigamos actuando como siempre, aun cuando el entorno cambió por completo.
Hoy, en plena revolución tecnológica, social y profesional, posiblemente el mayor acto de aprendizaje es desaprender.
Las creencias: nuestro sistema operativo
Las creencias son el sistema operativo invisible de nuestras decisiones. Funcionan como atajos mentales que nos permiten navegar la complejidad sin tener que analizarlo todo desde cero cada vez.
El problema surge cuando el mundo cambia, pero nuestras creencias permanecen intactas.
Pensemos en algunos ejemplos:
- La presencia es sinónimo de compromiso
- Si algo funciona, no lo cambies
- Nuestros clientes siempre preferirán lo de toda la vida
- La IA va a quitarme el trabajo
- Decidir rápido en la era digital, es mejor que validar
El verdadero desafío de desaprender
Desaprender no es olvidar. Es algo mucho más difícil: es reconocer que algo que considerábamos verdadero ya no lo es, o quizás nunca lo fue del todo.
Es tener la honestidad de preguntarse:
- ¿Qué parte de lo que doy por cierto dejó de ser verdad?
- ¿Qué hábitos, métodos o certezas estoy defendiendo solo porque siempre fueron así?
- ¿Qué creencias me protegen… y cuáles me limitan?
La resistencia no es ignorancia; es autodefensa. Es miedo a “perder” algo que hemos construido durante años y que hemos convertido en un pilar de nuestra identidad personal o profesional.
Es evidente que no es un proceso cómodo. La mente se aferra a lo conocido, pero lo cierto es que no podemos construir el futuro con el mapa del pasado.
Un ejemplo personal
Estas creencias no son teoría abstracta. Todos cargamos con alguna que nos impide avanzar. Déjarme compartir cómo descubrí una de las mías.
Durante algún tiempo (seguramente demasiado) tuve la creencia de que abordar los proyectos limitándolos a los recursos disponibles era la forma más responsable y realista de trabajar.
Pensaba que ajustar la ambición al presupuesto, al tiempo o al equipo era sinónimo de rigor. Ese enfoque funcionó durante años… hasta que dejó de hacerlo.
Con el tiempo entendí que empezar un proyecto desde la escasez reduce su potencial: te obliga a pensar pequeño, a descartar ideas antes de evaluarlas y a diseñar soluciones condicionadas, no inspiradoras.
El cambio llegó cuando empecé a abordar los proyectos “pensando en grande” desde el inicio: definir primero la mejor versión posible —la que de verdad resolvería el reto— y solo después buscar cómo hacerla viable.
Descubrí tres cosas importantes:
- Las ideas grandes atraen talento, energía y recursos que no aparecen cuando empiezas desde lo limitado.
- Pensar en grande no es ingenuo, es estratégico: permite priorizar mejor y hacer renuncias conscientes sin perder de vista el valor final.
- Los equipos se movilizan de forma distinta cuando parten de un “para qué” ambicioso y no de un “qué podemos hacer con lo que tenemos”, porque el propósito impulsa y la limitación reduce el horizonte.
Desaprender esa creencia —la de “ajustarse antes de imaginar”— me enseñó algo esencial: no se trata de “soñar” sin límites, sino de no imponerlos demasiado pronto.
Beneficios de desaprender
Desaprender abre espacio para evolucionar y adaptarte mejor. Estos son algunos de los efectos más valiosos:
- Recuperas agilidad mental: No se trata solo de flexibilidad. Es capacidad de respuesta ante lo inesperado. Cuando sueltas creencias rígidas, dejas de chocar con la realidad cada vez que cambia. Te adaptas sin resistencia, sin gastar energía en defender lo indefendible.
- Amplias el campo de opciones: Mientras operes desde “siempre se ha hecho así”, solo verás una solución. Cuando desaprendes esa limitación, de repente hay cinco caminos donde antes veías uno.
- La creatividad encuentra mejor espacio para respirar: La creatividad rara vez aparece cuando tu cabeza está llena de certezas inamovibles. Desaprender no es vaciarte, es hacer sitio para lo nuevo, para lo que todavía no habías considerado porque “ya sabias la respuesta”.
- Generas confianza en tu capacidad de reinventarte: Cada vez que desaprendes algo y creces, demuestras que el cambio no te destruye. Esa confianza acumulada es tu activo más valioso en entornos volátiles. No es que te guste el cambio, es que ya no lo tienes miedo porque has aprendido a gestionarlo.
- Evitas que la experiencia se convierta en un freno: La experiencia aporta valor, pero también puede generar sesgos. Desaprender no borra tu trayectoria: la actualiza para que siga siendo útil.
La paradoja del experto
Cuanto más experto eres en algo, más difícil es desaprenderlo.
Has invertido más de 10.000 horas en dominar una disciplina, has construido tu reputación sobre ese conocimiento y tu organización te paga precisamente por saber. Y, de pronto, descubres que una parte de ese saber ya no sirve.
El contexto ha cambiado y lo que fue una ventaja puede convertirse en un freno.
Esta es la tensión que viven hoy muchos profesionales:
seguir aferrados a lo que los hizo buenos o aceptar que, para seguir siendo valiosos, necesitan actualizar su manera de pensar tanto como su manera de trabajar.
En tiempos de cambio acelerado, desaprender es una forma de liderazgo y también un recordatorio: no hay crecimiento sin cuestionar nuestras propias creencias.
Mark Twain tenía razón: lo peligroso no es lo que no sabes. Es lo que “sabes” con certeza que ya dejó de ser verdad.
¿Cuál es esa certeza que llevas años defendiendo y que, en el fondo, sabes que ya no te sirve?
