“Caer siete veces y levantarse ocho”
Proverbio japones
Acabo de regresar de Japón y algo me ha impactado profundamente: la sensación de haber estado en un lugar donde las cosas simplemente funcionan. No de forma perfecta —eso sería aburrido—, sino de una manera que tiene sentido. Y mientras tomaba uno de los trenes bala, llegando exactamente a la hora prevista, pensé: ¿por qué tantas de las cosas que allí son normales aquí siguen siendo aspiracionales?
No voy a escribir sobre templos ni cerezos en flor. Voy a compartir siete aprendizajes que cualquier organización podría incorporar mañana mismo, si tuviera el coraje de hacerlo.
1) La excelencia vive en los detalles
El cuidado de un jardín japonés no es mera jardinería: es una filosofía donde cada piedra tiene su lugar, cada rama su dirección, cada musgo su propósito. El tren bala no solo es puntual: el personal se inclina al entrar y salir de cada vagón. Podríamos llamarlo perfeccionismo, pero no lo es. Es atención. Cuidar lo pequeño no es obsesión, es respeto por quien lo recibe. En nuestras empresas hablamos de experiencia de cliente y luego dejamos que un chatbot responda sin contexto o enviamos emails automáticos sin revisar. La excelencia no está en los grandes gestos, está en no descuidar ninguno.
2) El respeto construye confianza
Tokio tiene 14 millones de habitantes. En ningún momento he visto a nadie empujar en el metro. En los andenes, las filas se forman solas. No hay policía vigilando, no hay carteles amenazantes. Solo una cultura compartida: el espacio del otro importa tanto como el tuyo. Cuando el respeto es la norma, no la excepción, todo fluye. En muchas de nuestras organizaciones pasa lo contrario: interrumpimos en reuniones, enviamos mensajes fuera de horario, invadimos el tiempo ajeno sin pedir permiso. Si el respeto mutuo se convirtiera en la regla operativa —no en un valor de pared—, las reuniones empezarían a tiempo, los compromisos se cumplirían y la colaboración dejaría de ser un eslogan para convertirse en un hábito. El respeto no es cortesía: es la infraestructura invisible de cualquier equipo que funciona.
3) Innovación no es romper con el pasado
Pagué con Apple Pay en un templo budista de 400 años. Esa imagen lo resume todo: tradición e innovación no son enemigos. Japón no abandona lo que funciona para perseguir lo nuevo; integra lo nuevo sin traicionar su esencia. En las empresas occidentales solemos pensar que innovar es destruir lo anterior. Así perdemos conocimiento, cultura y coherencia. La innovación real no borra el pasado, lo reinterpreta. Pregúntate: ¿tu organización innova o simplemente se olvida de lo que sabía y da la bienvenida a lo nuevo?
4) Simplificar es un acto de inteligencia
Los espacios japoneses son pequeños, los menús son breves, las instrucciones son claras. No es minimalismo estético: es eficiencia aplicada. Cada metro cuadrado, cada palabra, cada paso está pensado para ahorrar tiempo y energía. Mientras tanto, en nuestras empresas multiplicamos reuniones, informes, aprobaciones y procesos. Confundimos complejidad con profesionalidad. Simplificar no es empobrecer: es respetar el recurso más escaso que tenemos, la atención. Si algo no aporta valor, ¿por qué sigue ahí?
5) El bien común como ventaja competitiva
Subes al tren y el silencio te envuelve sin que nadie lo imponga: es una norma invisible que todos respetan. Sales del hotel y ves a varios comerciantes limpiando la calle común, no solo la puerta de su local. Ves cómo las bicicletas compartidas se devuelven ordenadas y limpias, listas para el próximo usuario. No por obligación, sino porque así entienden su relación con el entorno. El interés individual existe, pero no devora al colectivo. En las organizaciones, el propósito compartido no debería ser un póster en la pared: debería ser lo que haces cuando nadie te mira. Cuando cada persona siente que su trabajo contribuye a algo mayor que su nómina, todo cambia. No se trata de sacrificio, se trata de responsabilidad compartida.
6) La curiosidad es una ventaja estratégica
Entras en una tienda de anime (productos de series japonesas) y ves a un ejecutivo de cincuenta años eligiendo figuras junto a un adolescente. Nadie lo encuentra raro. Esa es la norma: la curiosidad no tiene edad, la exploración no requiere justificación, el asombro no es cosa de niños. Esa capacidad de asombro, esa mirada fresca, es la que impulsa la innovación real. En nuestras empresas, en cambio, profesionalizarse suele significar volverse serio, predecible, cauteloso. Perdemos la curiosidad en el camino y luego nos preguntamos por qué las ideas brillantes vienen siempre de fuera. El alma de niño no es inmadurez: es la capacidad de ver posibilidades donde otros solo ven rutinas.
7) Resiliencia como identidad
Japón se ha enfrentado a guerras, terremotos, tsunamis, crisis económicas. Y siempre ha sabido reconstruirse. No con optimismo ingenuo, sino con pragmatismo obstinado. La resiliencia no es resistir el golpe: es levantarse, aprender y seguir. En las empresas hablamos de agilidad y adaptabilidad como si fueran competencias técnicas. Pero son, ante todo, actitudes. La mayoría de las organizaciones solo entrenan para el éxito. Las que perduran, entrenan también para la adversidad.
La excelencia es práctica, no discurso
Quizás la gran lección es esta: la excelencia no es un lugar al que llegas, es una práctica diaria. No es un objetivo del plan estratégico, es lo que haces el lunes por la mañana cuando nadie está mirando. Japón lo vive. En nuestras organizaciones, sigue siendo un discurso. La pregunta no es si podemos aprenderlo. La pregunta es si estamos dispuestos a hacerlo.