“Puedes trasladar los sistemas a la nube, pero no el alma de una organización”
A.R.
Han pasado más de quince años desde aquellas primeras migraciones masivas hacia la nube. Recuerdo con nitidez los intensos debates en el Grupo Santander sobre seguridad, impacto en el negocio e innovación. Y sin embargo, hoy resulta paradójico comprobar que muchas organizaciones siguen atrapadas en el mismo dilema: una promesa tecnológica que, en demasiados casos, se ha quedado a medio cumplir.
Los sistemas están en la nube, los datos fluyen por servidores remotos, las aplicaciones escalan automáticamente, pero creo que algo fundamental se ha quedado atrás en el proceso. La cultura corporativa, esa compleja amalgama de valores, creencias y comportamientos que define el alma de una organización, no ha logrado hacer la transición con la misma fluidez que los bytes y algoritmos.
Más allá del cambio tecnológico
La migración a la nube trasciende ampliamente los límites de una simple modernización. Cuando una empresa decide trasladar sus operaciones al ecosistema digital, no está simplemente reubicando datos y aplicaciones; está redefiniendo procesos de trabajo, dinámicas colaborativas y, en última instancia, su identidad organizacional.
Los beneficios son claros: escalabilidad instantánea, flexibilidad operativa, acceso inmediato a innovaciones de vanguardia y, en algunos casos, reducción de costes. Sin embargo, estas ventajas chocan con una muralla invisible pero muy potente: la resistencia cultural al cambio.
Esta resistencia no es una cuestión de tiempo, sino un fenómeno profundamente arraigado. Conduce a una infrautilización sistemática de las capacidades de la nube, convirtiendo inversiones millonarias en herramientas que en la práctica, generan mucho menos valor del esperado.
Algunas causas de la resistencia cultural
La experiencia acumulada durante estos años de transformación digital ha identificado cuatro desafíos fundamentales que obstaculizan la verdadera adopción de la nube:
- Miedo a la pérdida de control.
Migrar la infraestructura a la nube y, al mismo tiempo, mantener copias locales “por seguridad” es un ejemplo frecuente. Esta práctica genera duplicidad de procesos, más costes y ralentiza la operación, anulando el beneficio de agilidad que se buscaba. - Persistencia de los silos organizativos.
Se implantan plataformas colaborativas para integrar información entre áreas, pero cada departamento sigue gestionando sus propios archivos y procesos. Los silos no solo bloquean la colaboración transversal, también impiden disponer de una visión completa del cliente y ofrecerle una gestión integral. El resultado es que la experiencia del cliente se fragmenta y la organización pierde competitividad. - Brechas de conocimiento.
Se adopta un sistema en la nube para planificar tareas en tiempo real, pero los equipos, sin la formación adecuada, continúan registrando información manualmente en hojas de cálculo. La nube queda infrautilizada y se percibe como poco útil. - La falsa creencia de que la cultura migra con los datos.
Trasladar aplicaciones críticas a la nube para favorecer el trabajo flexible, pero mantener una cultura que sigue valorando el control presencial. La infraestructura está lista para la flexibilidad, pero los hábitos y la gestión contradicen ese objetivo.
La cultura no es un archivo adjunto
La experiencia del teletrabajo masivo lo dejó en evidencia. Muchas organizaciones confiaron en que las herramientas digitales serían suficientes para mantener la cohesión cultural. Sin embargo, ocurrió lo contrario: se amplificaron incoherencias que antes podían pasar inadvertidas. La falta de comunicación efectiva derivó en malentendidos recurrentes; la desconfianza se transformó en microgestión digital; y la ausencia de un propósito compartido se tradujo en equipos aislados, que operaban en paralelo sin verdadera conexión.
A esta situación se añade un factor crítico: la falta de conciencia sobre lo que aún está pendiente. Muchas organizaciones —me atrevería a decir que la mayoría— consideran que la migración a la nube es un proyecto ya finalizado. Pero tanto desde el punto de vista técnico, en un entorno de continua innovación, como desde la perspectiva cultural, la migración es un proceso vivo que exige revisión y adaptación constante.
El entorno digital no maquilla las debilidades culturales: las expone con crudeza. Y lejos de resolverlas, las multiplica. Solo aquellas organizaciones que reconocen esta realidad y trabajan de manera deliberada en cultivar su cultura logran que la nube y ahora, la inteligencia artificial se convierta en motores de cohesión y no en espejos de sus carencias
Completamente de acuerdo si no se trabajo con el cambio de cultura entendiendo a las personas y creando estrategias específicas que ayuden a la resilencia que el cambio cultural tiene podría ser un mal que trae como consecuencia conflictos interminables. Además de que los cambios continúan por lo que hay que subir al tren a todas las personas para que sean impulsores y no sttopers