“El éxito en crear la IA sería el evento más grande en la historia humana. Desafortunadamente, también podría ser el último, a menos que aprendamos a evitar los riesgos”
Stephen Hawking
«Necesitamos mantener la humanidad en la IA».
Esta frase es una constante en cada conferencia de tecnología, en aulas de escuelas de negocios, en las salas de juntas donde se discute el futuro o en cada artículo sobre inteligencia artificial. De alguna forma se ha convertido en el mantra incuestionable de nuestra época.
Pero detrás de esta aparente certeza se esconde una pregunta que pocos se atreven a hacer: ¿de qué humanidad estamos hablando exactamente?
El espejismo de lo obvio
Cuando invocamos “la humanidad” como la solución a los dilemas de IA, lo hacemos con la confianza de quien menciona algo universalmente bueno y claro. Como si existiera un manual consensuado sobre qué significa ser humano. Como si todos compartiéramos la misma definición.
Pero esa supuesta claridad es una ilusión peligrosa.
La humanidad no es un concepto puro ni inmutable. Es diversa, contradictoria, cambiante. Ha evolucionado a lo largo de la historia, varía entre culturas y se redefine constantemente según el contexto social, económico y tecnológico.
¿A qué humanidad nos referimos? ¿A la que durante siglos justificó la esclavitud? ¿A la que construyó sistemas de opresión basados en género, raza o clase social? ¿A la que permite que hoy existan 13 países o territorios de hambruna declarados por la ONU? ¿O nos referimos a la humanidad que ha sido capaz de crear arte sublime, ciencia revolucionaria y gestos de compasión extraordinarios?
El espejo incomodo
Aquí reside la ironía más profunda: prácticamente todas nuestras preocupaciones sobre la IA (sesgos en algoritmos, discriminación automatizada, falta de transparencia, concentración de poder) no son problemas que hayan nacido con las máquinas.
Son problemas profundamente humanos que hemos transferido, amplificado y automatizado en nuestras tecnologías.
La IA no inventó el racismo. Solo lo codificó. No creó la desigualdad. Simplemente la escaló. No diseñó la injusticia. Únicamente la sistematizó.
Entonces, antes de exigir más humanidad en nuestras máquinas, quizás deberíamos preguntarnos con honestidad: ¿qué tipo de humanidad estamos dispuestos a proyectar en ellas?
La humanidad que elegimos
Si queremos “humanizar” la inteligencia artificial, primero debemos ser honestos sobre que aspectos de nuestra humanidad merecen ser preservados y cuáles necesitan evolucionar.
Las preguntas incómodas
- ¿Queremos una IA que replique nuestros sesgos inconscientes o que nos ayude a identificarlos y superarlos?
- ¿Preferimos tecnologías que perpetúen desigualdades existentes o que trabajen activamente para reducirlas?
- ¿Buscamos sistemas que amplifiquen nuestras peores tendencias o que nos impulsen hacia nuestro mejor potencial?
La cuestión no es si debemos humanizar la IA, sino qué versión de humanidad queremos que refleje.
El verdadero desafío
La irrupción de la IA no solo nos obliga a regular tecnologías o diseñar nuevos marcos éticos. Nos fuerza a algo más profundo y perturbador: mirarnos en el espejo.
Tal vez el reto no sea preservar una supuesta “esencia humana”, sino atrevernos a redefinir lo humano en el siglo XXI. Elegir de manera consciente los valores, principios y aspiraciones que queremos que guíen tanto el desarrollo tecnológico como nuestro propio desarrollo como especie.
La oportunidad de avanzar
La IA funciona como un amplificador de nuestras prioridades. Refleja, a escala masiva y velocidad exponencial, lo que realmente somos … no lo que decimos ser.
Y quizás, esa sea su contribución más valiosa; no solo mantener “la humanidad” como concepto abstracto, sino obligarnos a construir una humanidad mejor. Mas consciente. Mas justa. Mas auténtica, con coherencia entre lo que piensa, dice y hace.
Una humanidad que no se conforme a defender lo conocido, sino que se atreva a evolucionar. Que no delegue su juicio ni su responsabilidad en máquinas. Que entienda que el futuro no se escribe solo con datos y algoritmos, sino con decisiones profundamente humanas.
El momento de elegir
Estamos en un punto de inflexión histórico. La IA nos está obligando a tomar decisiones sobre el tipo de sociedad que queremos ser. No podemos seguir posponiendo esa decisión.
Cada algoritmo que entrenamos, cada sistema que implementamos, cada decisión que automatizamos es, en realidad, un voto sobre el futuro que queremos construir.
La pregunta no es técnica. Es profundamente moral: ¿Qué humanidad merece ser amplificada?
La próxima vez que escuchemos o digamos que “necesitamos mantener la humanidad en la IA”, hagámonos la pregunta incómoda: ¿qué humanidad?
Porque solo cuando respondamos con honestidad y claridad, podremos construir tecnologías que reflejen lo mejor de lo que podemos llegar a ser, no solo lo que somos o hemos sido.
La IA no va a definir qué significa ser humano en silgo XXI.
Esa sigue siendo, afortunadamente, nuestra responsabilidad. Un decisión que no podemos -que no debemos- delegar.
¿Estamos listos para asumirla?
El problema prioritario no es el tipo de humanidad que queramos construir. sino cuanto tiempo existirá una humanidad y qué debemos hacer para mantenerla y no extinguirla.
Muchas gracias,Adolfo, por tus trabajos.
Pepe, gracias por compartir tus ideas en blog. En mi opinión, el verdadero problema es que ni siquiera lo tenemos entre las prioridades de la propia humanidad. Abrazo.
El problema prioritario no es el tipo de humanidad que queramos construir. sino cuanto tiempo existirá una humanidad y qué debemos hacer para mantenerla y no extinguirla.
Muchas gracias,Adolfo, por tus trabajos.
No puedo estar más de acuerdo con tu reflexión querido Adolfo, aunque si lo que vemos en películas y series de ciencia ficción es lo que proyecta ese ser humano, mucho me temo que la perspectiva no será buena. Siempre habrá esa dicotomía que muy bien explicas sobre la actuación del ser humano. Mi única esperanza es que pese más lo bueno que lo que en mi opinan es menos bueno o decididamente malo. Un abrazo y gracias por sacudirnos frente al espejo.
Manuel, confiemos en tu esperanza. Gracias por participar y compartir tus ideas.