“Ningún viento es favorable para el barco que no sabe cuál es su puerto de destino”
Séneca
De regreso el pasado martes de la presentación de mi nuevo El valor de la autenticidad en Sevilla, comenzó a sonar en mis auriculares «Molinos de Viento» de Mägo de Oz, una de mis bandas de rock español favoritas. La letra dice: «¿Dónde vas, pobre de ti? ¿Dónde vas, triste de ti?». Aunque el contexto original de la canción, inspirada en Don Quijote de la Mancha, trata sobre la búsqueda de sueños y la lucha contra las adversidades, esas preguntas sonaron en mi cabeza como una reflexión para las empresas que, consciente o inconscientemente, no sitúan su propósito y valores en el centro de su actividad.
Empresas que, en su afán de crecer, aumentar ingresos o satisfacer expectativas del mercado o de terceros, se olvidan de lo que realmente las hace únicas y relevantes: su propósito.
A corto plazo seguramente sientan la felicidad de los éxitos, pero a largo plazo, comienzan a experimentar una especie de vacío, una sensación de desconexión que va más allá de los números en una hoja de balance. Se vuelven prisioneras de sus propios objetivos financieros y esa aparente felicidad se transforma en una búsqueda constante e insaciable del “por qué” que, tarde o temprano, las deja como la canción: «tristes de sí mismas».
Cada vez resulta más evidente que la única forma de lograr resultados sostenibles en el tiempo es generando confianza tanto en los empleados como en los cliente y mercado en general. Una confianza que se consigue poniendo en acción tu propósito y valores.
Gestionar la presión de los objetivos a corto plazo, el statu quo que insiste en mantener el inmovilismo o la tentación de tomar atajos que sacrifican la ética y la integridad, requiere un liderazgo firme y comprometido. Es necesario un enfoque que no vea al propósito como un eslogan de marketing, sino como la verdadera guía para todas las decisiones, grandes y pequeñas.
Realmente, me resultan muy tristes las organizaciones que se han vaciado de significado, centradas únicamente en alcanzar sus resultados financieros, como si estos fueran la única vara de medir su éxito. Estas empresas, atrapadas en la lógica del beneficio a corto plazo, han perdido de vista algo fundamental: que los números por sí solos no construyen futuro, no inspiran lealtad y mucho menos generan un impacto duradero en el mercado o en la sociedad.
Cuando una organización cae en esa espiral, comienza a experimentar una desconexión progresiva con sus propios empleados, clientes y stakeholders. La visión y el propósito que una vez les dieron vida se convierten en palabras vacías que adornan presentaciones y campañas, pero que no resuenan ni motivan a quienes forman parte de la empresa. Se convierten en entidades transaccionales, donde cada acción se mide únicamente en función de su retorno inmediato y no en su contribución al propósito global de la organización.
Incluso podríamos decir que las empresas que carecen de propósito son como “organizaciones zombis”, que operan sin vida real, sin pasión y sin un alma que las impulse hacia un futuro sostenible. Aunque pueden parecer activas y funcionales en la superficie, están “muertas por dentro”, incapaces de crear conexiones reales y sin una identidad que las diferencie de la competencia.
La solución a estas situaciones, más habituales de lo que podemos pensar, es volver la vista al propósito y los valores, y poner en práctica dinámicas que los traduzcan en acciones concretas que transformen la cultura y el comportamiento de la organización. Esto implica implementar medidas específicas que cambien el rumbo, generen una mayor conexión con las personas y restablezcan la coherencia entre lo que la empresa dice y lo que hace. Solo así se podrá visualizar empresas llenas de energía, pasión y autenticidad, en lugar de organizaciones tristes, agotadas y sin ningún vigor, que operan como meras máquinas de cumplir objetivos financieros.
En El valor de la autenticidad, presento siete dinámicas que promueven y facilitan la transformación de las organizaciones hacia modelos empresariales más rentables, honestos y sostenibles. Estas dinámicas no solo ayudan a las empresas a alcanzar sus objetivos financieros, sino que también les permiten alinear sus operaciones con un propósito auténtico, generando así un impacto positivo tanto en su entorno interno como externo.