“Saber no es suficiente; debemos aplicar. Estar dispuesto no es suficiente; debemos hacer”
Leonardo da Vinci
Un primer paso imprescindible
En la era actual, marcada por cambios continuos y una evolución acelerada, el aprendizaje constante se ha convertido en un pilar fundamental tanto para el desarrollo personal como empresarial.
Este escenario demanda una adaptación y una comprensión profunda de nuevas tendencias y tecnologías, estableciendo así el conocimiento como el primer paso indispensable hacia la competitividad. Sin embargo, este entendimiento por sí solo no basta; su verdadero valor se revela cuando se traduce en acción.
La transformación digital, la sostenibilidad, la inteligencia artificial o la globalización son ejemplos claros de áreas donde el conocimiento se ha expandido rápidamente. Las empresas que logran adaptarse a estos cambios, integrando nuevos enfoques en su estrategia y operación, no solo sobreviven, sino que prosperan e incluso lideran sus mercados.
En cambio, aquellas que se estancan en la fase de adquisición de conocimiento, sin avanzar hacia su aplicación práctica, se encuentran en riesgo de quedarse atrás.
El valor de la acción
La acción, por tanto, se convierte en la verdadera medida del valor del conocimiento. No se trata simplemente de reaccionar a los cambios, sino de anticiparse a ellos, liderar la innovación y ser proactivos en la creación de nuevas oportunidades.
La vocación de hacer implica una mentalidad que valora la experimentación, el aprendizaje a partir de errores y el constante esfuerzo por mejorar.
Una mentalidad que debe ser fomentada y cultivada dentro de las organizaciones. Líderes y equipos deben estar alineados con una cultura que premie la iniciativa, la creatividad y la responsabilidad de convertir el saber en soluciones tangibles.
Esto requiere también de estructuras que soporten la agilidad y la flexibilidad, permitiendo a las empresas adaptarse rápidamente a los cambios y aplicar su conocimiento de manera efectiva.
Una actitud que debe viajar desde la cultura hasta la actividad, impulsando respuestas ágiles y efectivas a las cuestiones del día a día: ¿Cómo podemos aplicar esta nueva tecnología en nuestro negocio? ¿Cómo podemos mejorar este proceso? ¿Qué podemos aprender de este resultado inesperado? ¿Dónde se encuentra la siguiente oportunidad para innovar? Estas son algunas preguntas que los equipos motivados por la ejecución no solo plantean, sino que buscan activamente responder a través de sus acciones.
En más de una ocasión, tanto en mi época en el Grupo Santander, como en la más reciente de asesor, me he encontrado a profesionales con un gran conocimiento en su materia, pero que su falta de actitud hacia la acción les hacía parecer como un “tíovivo” en la organización de tantas vueltas que le daban a las decisiones antes de pasar a la acción.
Formar con valor
En un proyecto de formación que estoy coordinando con un importante grupo industrial que tiene como objetivo desarrollar el conocimiento y habilidades digitales de sus directivos y mandos intermedios, hemos incorporado dos actividades que están aportando un importante valor al programa:
- Compartir el conocimiento con el equipo para impulsar el cambio y fomentar la colaboración.
- Formar grupos y presentar al equipo de innovación y a dos miembros del Comité de Dirección un proyecto fin de programa en el que se aplican los conocimientos adquiridos a proyectos enfocados a innovar o mejorar en procesos, productos o servicios de alguna de las empresas del Grupo. Los viables se incorporan al porfolio de proyectos.
La diferencia entre el estancamiento y el avance radica en esta disposición hacia la acción. Las empresas líderes no solo acumulan datos y conocimientos, sino que los utilizan como trampolín para la ejecución práctica.
Es evidente, que la capacidad de una organización para implementar rápidamente lo que ha aprendido, es lo que define su competitividad y su capacidad para sobresalir.
De la idea a la innovación
Como sabemos, la innovación no se detiene en la idea; se nutre del proceso de hacerla realidad.
Cada paso hacia la materialización de una idea es un aprendizaje que construye una base más sólida para futuras acciones. La ejecución efectiva es un ciclo de retroalimentación continuo, donde el conocimiento adquirido se aplica, se evalúa su efectividad, se ajusta y se vuelve a aplicar con un entendimiento más profundo y refinado.
Por tanto, el valor de la acción reside en su poder para transformar. Transformar el conocimiento en productos, servicios y procesos que mejoran la vida de las personas; transformar las organizaciones en entidades más resistentes y ágiles; y transformar las industrias enteras al liderar con el ejemplo de la innovación aplicada